Hoy nos encontramos por doquier con anuncios que nos ofrecen recetas mágicas para sentirnos dichosos. Absortos por las promesas y ofertas del mundo del confort y del bienestar material, fácilmente podemos llegar a transformar en convicción personal sus promesas fáciles y engañosas. Y a partir de ahí nuestra vida se va convirtiendo en una escalera de trabajo inagotable que culmina la mayor parte de las veces en el techo de la insatisfacción, desilusión y cansancio. Uno no termina de ser feliz.
Curiosamente Jesús en el Evangelio también nos promete la felicidad: “Felices los que...” “Dichosos los que...”
Pero a continuación va al corazón mismo de la persona, a la raíz misma de nuestra propia naturaleza: allí donde nacen los sentimientos nobles y las actitudes fundamentales ante Dios, ante los demás, ante la vida y ante nosotros mismos. Es allí donde se encuentran las fuentes mismas de la felicidad. Y nos propone un cambio radical: desde dentro hacia fuera. Dicho manantial de gozo y de dicha se encuentra en los valores más noblemente humanos: salir de sí, darse, compartir, comprender, acompañar, escuchar, amar y perdonar... valores insertos de lleno en el fondo de nuestro ser.
Hay una historieta que puede ayudarnos a comprender el misterio de la felicidad. Se titula “La camisa del hombre feliz”. Nos habla de un joven insatisfecho. Había buscado la felicidad por muchos caminos, pero ninguno pudo dársela. Desengañado, acudió a un sabio para que le ayudara a encontrarla. El anciano sabio le dijo: “La felicidad es algo difícil de encontrar en el mundo. Basta que logres encontrar la camisa de un hombre feliz y te la pongas”. El joven comenzó su peregrinación por el mundo en búsqueda de la camisa de un hombre feliz.
Encontró a muchos que parecían felices: ricos, nobles, sabios, poderosos, reyes, artistas... Logró vestirse sus camisas, pero todo fue en vano. Ninguno resultó ser feliz. Cansado y desesperanzado, el joven comenzó el camino de vuelta.
Pasando cerca de un campo, escucha el eco de una suave canción. Era un campesino que cantaba a todo pulmón mientras trabajaba el campo con el arado.
-“Este hombre sí que parece feliz“, pensó el joven.
Se acercó a él y le hizo la preguntó:
-Buen hombre, dime si eres feliz.
-¿Y por qué no habría de serlo?, contestó el hombre
-Pero, ¿No deseas nada?
-No, no me hace falta absolutamente nada.
-¿No te cambiarías por un rey poderoso?
-¡Por nada del mundo!
-Oye, ¿Podrías venderme tu camisa?
El campesino soltó una solemne carcajada, y mostrándole el pecho y la espalda curtidos por el viento y el sol, contestó:
-¿Quieres mi camisa? Pero, ¡si yo no tengo camisa!
Dichoso quien sale de sí mismo para darse a los demás, para trabajar sin descanso por la justicia y la paz, quien limpia de continuo su propio corazón: quien hace todo esto desde la sinceridad de la realidad personal, desde nuestras pobrezas interiores, desde nuestra debilidad, desde nuestras dudas, inseguridades y temores. La felicidad no se adquiere con dinero, sino que viene como consecuencia.
¿Por qué buscar afanosamente fuera lo que en realidad tenemos dentro?
José Luis Iso