1. La simpatía hacia todo
Vivir la vida como tarea y como misión fue uno de los grandes valores de Francisco de Asís. El espíritu abierto y fraternal del franciscanismo se caracteriza por una simpatía a todo lo humano y por un gran respeto a todas las formas de pensar y vivir. Su gran sentimiento de fraternidad universal le llevó a colocarse no frente a la realidad ni frente a la vida, sino en la realidad y en la vida, pues está convencido que sólo amando esa realidad y esa vida se puede llegar hasta la profundidad de ambas y del misterio que las envuelve.
2. La Presencia que lo inunda todo
Para el franciscanismo, al principio, no fue ni la Noche, ni el Caos, ni la Fuerza, ni la Luz, ni la Acción. Fue la Presencia, que crea nuevas presencias y traba relación con ellas. Francisco, hombre con gran sentido de lo concreto y de lo inmediato, siempre se sentía presente ante alguien o algo: presente ante Dios, a quien veía en todos los seres y acontecimientos; presente ante la Iglesia, en la que siempre quiso vivir; presente ante los hombres, a los que atendía con sencillez, sinceridad y cordialidad; presente ante la fraternidad, que tan intensamente amaba y a la que servía de modelo; presente ante todos los animales y cosas, que tanto respetaba y les daba el dulce nombre de hermanos y hermanas; presente ante los acontecimientos cotidianos, en los que veía algo más que puro acontecer. Para él todo tiene su propio valor y sentido. Y ante todos ellos se presentaba con delicada atención, respeto adecuado y cortesía. Ante la actitud de muchos de nuestros contemporáneos, que no han superado su visión de masa, de anonimato generalizado y de despersonalización no sólo de los seres irracionales, sino también de las personas, el mensaje de Francisco puede ser revolucionario en el trato con todos los seres, ya que la presencia en él se traducía en comunicación y participación afectiva y efectiva con Dios, con los hombres y con los seres de la naturaleza. El hombre no es rival de los hombres y de los seres de la naturaleza, sino un componente entrañable entre todos ellos, con los que constituye la gran camaradería universal.
3. La relación como base de la identidad personal
La categoría "relación" es fundamental en la vida y en el pensamiento franciscanos. La persona humana se define como ser para otro. San Buenaventura usa una bella imagen para esclarecer este aspecto relacional del hombre diciendo que la persona "es un sonido", que posee su propia tonalidad y resonancia y que "suena por sí misma" al mismo tiempo que percibe el tono de los demás. Esta relación es más afectiva que mental, más existencial que categorial, más vivencial que conceptual.
El hombre no sólo se comunica a través de la palabra, sino también a través de todo su cuerpo, ya que es un ser penetrado de sonido que al mismo tiempo resuena. Somos un sonido polarizado, orientado y referido al tú, a los otros y al Otro. Pero no sólo resonamos, sino que al mismo tiempo podemos percibir el sonar del tú, de los otros y de Dios. El hombre es a la vez autosonancia, resonancia y consonancia. Sólo partiendo de la fuerza vinculante del amor se destruirá la fuerza disgregadora del odio y sus consecuencias. Esta relación vital y dinámica puede curar la insolidaridad; la incomunicabilidad, los egoísmos y las distancias irritantes de tantos hermanos y hermanas, que por falta de ternura y cercanía han hecho de su vida un infierno cerrado y asfixiante.
4. La confianza
En el interior de Francisco brota una bondad originaria y en su corazón siempre había espacio para todo lo mundano, humano y divino. No había en su pensamiento ni en su comportamiento una actitud sospechosa, sino confiada; unos prejuicios deformantes, sino una comunicación directa; una actitud de segundas intenciones, sino una credibilidad bien intencionada; ni agresividad y pesimismo viscerales, sino una amabilidad connatural y una bondad compartida. Con fina sensibilidad acoge a todos y no desprecia a nada ni a nadie. De ninguno sospecha mal ni huye de nada. Ama entrañablemente a todos los hombres y a los demás seres de la creación. Se arrebata de gozo ante una flor, se emociona ante un paisaje, canta con los pájaros y se conmueve ante las alegrías y las lágrimas de los hombres. Supo armonizar de modo sublime la santidad y la poesía. Y porque depositó su confianza en todos, todos confiaban en él. Así el mundo se humanizó y el hombre se naturalizó.
5. El encuentro
En el Poverello, lo humano, lo mundano y lo divino consumaron el gran encuentro. Toda su biografía es la expresión de una inquietud permanente de búsqueda. Buscaba para encontrar, y encontrando seguía nuevamente buscando para actuar siempre acertando.
Su profunda experiencia humana se va ensanchando y profundizando de forma gradual y progresiva gracias a los muchos encuentros que le abren nuevos horizontes y le invitan a ir siempre más allá, a la búsqueda de un infinito anhelado y sentido, pero aún no alcanzado. Esta tensión de avanzar más allá da a la biografía de Francisco un dinamismo y una sorpresa desconcertantes que hacen que su vida se presente llena de belleza, de poesía, de cortesía, de humanidad y de ilimitadas posibilidades.
Toda la vida de Francisco está llena de encuentros, que él consideró como gracias. En su Testamento repite como si de un estribillo se tratase: "El Señor me ha dado". Y por eso se convirtió en un dador de gracias, que es la forma suprema de reconocimiento y gratitud.
6. La acogida
Todo encuentro sincero supone una acogida. Francisco no sólo acogía a Dios con increíble gozo exultante y gratitud, sino que acogía a todos los hombres, incluso aquellos que socialmente son los más rechazables. Acoge a los socialmente enfermos, a los ladrones, a los salteadores de caminos, a los leprosos, a los pobres, a los poderosos, a los irrelevantes y a los revestidos de poder. Acoge a la creación entera no simplemente con sentimiento poético, sino con amistad entrañable y fraternal.
Si cada uno es movido por su propia pasión, la pasión de Francisco le llevaba hacia sus grandes amores: Dios, el gran Amor; el hombre, el gran hermano (no confundir con el bodrio televisivo), y todos los demás seres, compañeros entrañables de un mismo destino. Amó a todos y a todo, pero especialmente a aquellos que producen disgusto a los demás y a aquellos que no tienen espacio en la sociedad. Francisco estuvo allí en donde casi nadie quiere estar: reparando una iglesita derrumbada, asistiendo a los leprosos, viviendo con y como pobres, identificándose con los últimos.
La sensibilidad y acogida franciscanas pueden transformar el universo de recelo, de sospecha y de incomunicabilidad en un universo de cercanía, de amabilidad y de camaradería.
7. La mirada
La mirada es muy importante en el universo franciscano, como una actitud peculiar ante la vida. "Fijando el Señor su mirada en él" cuando tenía veinticinco años, como narra Tomás de Celano (su primer biógrafo), transformó toda su vida anterior, movida por los impulsos más vitales e inmediatos de diversión y de triunfo. El joven de Asís, profundamente vital, orientó en otra dirección toda su vitalidad, pero no mató nada de su vida. Mientras ordenaba sus ideas, clarificaba sus sentimientos, purificaba su corazón, orientaba su conducta y se definía socialmente, iba cambiando incluso la raíz de su mirada, porque en su interior se sentía mirado por Dios.
En la escuela franciscana, el concepto de mirada es muy importante como consecuencia de su teoría de la luz. El hombre en su interior goza de una iluminación especial porque ha sido mirado por Dios. El Hermano de Asís huyó y se liberó de todo tipo de exhibicionismo; pero él supo mirar y logró ver al otro, al hermano, al que jamás expuso al ridículo, a la vergüenza, a la farsa, a la ironía, a la cólera o a la risa destructiva. "Con amor ardiente y celo fervoroso", como escribe Tomás de Celano, ha sabido mirar en profundidad al otro.
Juan Antonio Murcia
Colegio San Buenaventura, Murcia