El relato del Génesis dice que somos creados a “imagen y semejanza de Dios”. Es maravilloso trasladar esta afirmación a nuestros alumnos.
Cada uno de nuestros alumnos es muy parecido a Dios, es lo más parecido a Dios que nos podemos encontrar en la vida. Incluso hay un salmo que dice que los seres humanos somos “poco inferior a los ángeles”, en hebreo se traduciría literalmente como que somos casi dioses.
Mirar a cada uno de los chavales y chavalas que tenemos sentados en los pupitres de nuestras clases y pensar que son como una “foto de Dios”, puede ser una ráfaga de aire fresco para nuestros corazones.
Tenemos la oportunidad de tratar a nuestros chicos y chicas como lo que realmente son, como “hijos de Dios”, como de la familia de Dios. Mirarlos y hacernos conscientes de toda la riqueza que tienen detrás de sus apariencias, de sus comportamientos, incluso de sus palabras, nos lleva a verlos como lo hace Dios, nos lleva a acercarnos al proyecto que Dios tiene para ellos. Podemos superar la tentación de encerrarlos en esas etiquetas simplificadoras que tan fácilmente utilizamos; podemos evitar, a toda costa, los ataques personales que buscan que la clase no se nos vaya de las manos; podemos transformar las sesiones de evaluación que sólo se fijan en lo que hacen mal los alumnos.
Nos toca conseguir que todas las instancias de nuestros colegios trabajen para que los niños y niñas puedan ser conscientes de su valía y dignidad: si consiguiéramos algo de esto, tendría un valor incalculable. Ser escuelas que cuiden a cada alumno como un tesoro es uno de los mayores sentidos que podemos dar a nuestros colegios y a la labor que cada uno de nosotros realizamos, desde el puesto que nos toque: como profesores, PAS o Equipos directivos.
Equipo de titularidad
de los Colegios Capuchinos
de España