Todas las escuelas del mundo trabajan unidas para construir el ancestral “bien común”. Esta bellísima creación ha de realizarse sobre unos cimientos firmes y unos pilares consistentes. Los materiales utilizados han de ser duraderos; tendrán que cumplir dos características: la dureza (resistencia a la deformación) y la tenacidad (que pueda absorber la energía ante los impactos). Los materiales más fuertes, utilizados por la humanidad desde sus comienzos para construir el bien común son: el amor y la devoción. Estos materiales tienen una resistencia mayor que el acero y una dureza superior a la del diamante. El equilibrio entre ambos se mantiene a través de la cercanía y el diálogo. Es decir, a través del encuentro.
Cada corazón es forjado con el más puro amor dentro del ámbito familiar. Sin embargo, desde hace muy poco tiempo (comparado con la historia de la humanidad), hemos experimentado un vacío muy grande en los alumnos que frecuentan las aulas de nuestros Colegios durante estos últimos años: esta relación cercana entre padres e hijos es sustituida por unas placas separadas, rellenas de cristal líquido, activadas por un voltaje eléctrico... Sí, lo habéis adivinado: las pantallas del teléfono móvil, las tablets, los ordenadores y la televisión.
El cerebro de un niño apenas pesa poco más de 350 gramos. No tiene capacidad para entender el complejo lenguaje de los píxeles.
Por tanto, si tienen una sobreexposición ante la pantalla, estamos perjudicando su desarrollo cerebral, porque necesita antes escuchar la voz de los padres y de quienes les cuidan, de modo que, a través de los sonidos sencillos pueda llenar de sentido todo lo que está percibiendo a su alrededor. Dejar al niño solo, sin la mirada y la palabra de sus padres es abocarlo a un vacío.
Además del amor de los padres, otro elemento fundamental es la tradición. Un niño, a quien se le priva el relato familiar, se siente huérfano. Cuando crezca, ya adolescente, le veremos deambular por el patio del colegio con las manos atrás, con la mirada perdida y reflexionando sobre la eudaimonía o el estoicismo, pero incapaz de mirar a los ojos de sus compañeros y de sus profesores, porque no sabe descifrar su alma, reconocerse a sí mismo y descubrir sus raíces familiares.
El niño es curioso por naturaleza. Le gusta analizar todo lo que ve a su alrededor. Partiendo siempre de lo sencillo a lo complejo.
Uno de los cometidos de la escuela que cambiará el mundo a mejor es: potenciar “el amar con los cinco sentidos básicos”. A partir de esta educación, aprenderá a reconocer los valores, que se irán consolidando en su vida a medida que se relacione con el resto de la comunidad educativa, observando lo que está a su alrededor y tratando de ayudar a los otros. De ese modo se potencia la reflexión, la lucha y el esfuerzo por conseguir las cosas...
Hoy día, parece que los niños están perdiendo la capacidad de disfrutar del olor de una rosa, ya que son muy pocas las mentes curiosas que se acercan a oler su sutil fragancia. En muchas ocasiones, el niño ni siquiera se ha percatado de su existencia. Más bien, están expectantes, a la espera impaciente del nuevo post de su ídolo.
La voz de sus valientes abuelos es un canal de sabiduría. Pero los nietos apenas la escuchan, porque atienden sólo los consejos de una influencer, que no les han visto nacer.
Miran la suntuosa e imponente naturaleza que nos rodean. Pero no la admiran. No saben que la naturaleza necesita ser admirada y cuidada, porque ya tiene muchos años. Pero pasan de largo...
Nuestra piel, ante el incandescente calor que sale de una simple hoguera, se estremece. La hoguera quiere ser observada. Por eso chispea, para que le prestemos atención... Pero todo depende de la batería del Iphone de quien la custodie. Será lo que robe su atención. No sabe (o no quiere saber) que hay que ir a la leñera para traer más tacos de cedro.
¿Cómo es el gusto de los niños de hoy?
El desarrollo de este sentido es un aprendizaje que dura toda la vida. Pero para ello, hace falta prestarle atención. ¿Influye la sobreexposición ante las pantallas en el desarrollo del gusto? Sabemos que sí, aunque no tuviésemos razones científicas para demostrarlo. Si al inicio de esta reflexión decíamos que la sobreexposición afecta al desarrollo del cerebro, también habría que prescindir de uso de las pantallas mientras estamos comiendo. Podemos hacer la prueba. Seguro que el diálogo familiar potencia el sabor de la comida, del mismo modo que lo hace la sal o el azúcar.
Prestemos atención a nuestros hijos, a nuestros alumnos. Cuando miras la infancia y la adolescencia de forma detenida, podrás ver sus almas. Las miras y gritan. Gritan porque quieren ser completadas con las habilidades básicas que la familia no les ha dejado tener. Hay emociones que ellos no han podido experimentar, porque sus padres y quienes les cuidan no les han dado tiempo para conocerse y relacionarse con los demás.
El profesorado seguirá luchado para logar que nuestro alumnado no olvide las pequeñas cosas que existen en la vida. Y, por supuesto, que las puedan experimentar con sus cinco sentidos. Queremos que los corazones de nuestros alumnos estén llenos de ternura y compasión, que se deshagan con el más lindo interior del próximo, que se mantengan briosos y tenaces ante sus sueños.
FENGARI
Colegio Sagrado Corazón
Capuchinos. Madrid.