Al principio, la expansión de la fe cristiana se efectuó sobre la base fundamental de la predicación, la confirmación y el testimonio de los discípulos. Testimonio de palabra y de obras que se ratificaba con la propia fe, hasta llegar incluso a la muerte por martirio, si fuera menester.
“Expulsad demonios, curad enfermos, llevad solo sandalias y bastón, desead la paz, sacudid el polvo de los pies en signo de reprobación, alojaros en una casa y quedaros en ella hasta que marchéis y comed lo que os pongan, imponed las manos para bendecid y sanar,..”
Visto desde nuestro mundo actual resulta comprensible que la cultura de los primeros años después de Cristo, se convirtiera, entusiasmada ante esta doctrina y estos “milagros”. Uno de nuestros pequeños pacientes, nos preguntó un día:
-¿Porqué Dios ahora no hace milagros?
Sí, respondimos. Dios sigue haciendo milagros, pero nosotros no sabemos verlos ni reconocerlos. La cara del pequeño Lucas reflejaba incredulidad. Por lo que insistimos en mantener vivo el diálogo.
Piensa. ¿Quién crees que “enciende” cada mañana la luz del sol? … y ¿Quién la mantiene encendida durante todo el día a lo largo de miles y miles de años?
Nuestro discurso no convencía a Lucas, quien rebatía argumentando que el sol, era “cosa del sol”, no lo entendía como un milagro ,…era LA NATURALEZA.
Para Lucas, milagro era retirar las aguas del mar rojo, aunque no le parecía bien que Dios ahogara a los caballos de los egipcios, porque los caballos, ¿Qué culpa tenían?
En aquella conversación entretenida donde la dialéctica estimula el pensamiento, los criterios, la razón y la fe, el pequeño Lucas iba contrastando su sentir con el de sus educadores y amigos.
¿Qué es la fe para Lucas, sin obras patentes en las que poder justificarla? ¿Qué es la fe para un hijo, sino la respuesta sincera, ferviente y convencida de unos padres que defienden sus ideales y sus creencias más allá de la propia vida?
La educación sigue los mismos criterios que la expansión de la fe cristiana. Las familias que no tienen fe en aquello que predican, no consiguen trasmitir a sus hijos su modelo de pensamiento y de identidad, y por lo tanto, no se producirá el milagro de trasmitir esta identidad.
En nuestra sociedad existen muy pocas ideas que las familias estén dispuestas a defender “siempre” y “bajo cualquier concepto”.
Es la nuestra, una sociedad que permite que la norma, la exigencia, la obligación como acto responsable sea algo mal visto, de manera que obligar a un niño a respetar un precepto está mal considerado si esto implica el dolor y el llanto del niño.
Solo los fuertes de mente y espíritu podrán defenderse sin flaquear, solo los que pongan su fuerza en la fe de aquello en lo que creen podrán trasmitir su esencia educativa.
Ante el pequeño Lucas, solo la acción convencida y firme de sus padres puede imprimir en su sentir los valores y criterios por los que un día vivirá y si es necesario llegará al martirio.
Dra. Adelina Barbero y Dr. José Moyá