Poco a poco va seleccionando aquellas manifestaciones que ve que gustan a las personas de su entorno y al mismo tiempo omite aquellas otras que no agradan o molestan o le ocasionan problemas. Para él lo importante es asegurarse, sea como sea, el cariño y la atención.
Esta actitud del niño pequeño normalmente se mantiene a lo largo de toda la vida, aunque de distintos modos.
Nos dicen los psicólogos que, siguiendo esta tendencia, poco a poco podemos ir creando y construyéndonos una personalidad artificial, ficticia, externa a nosotros mismos, que nos sirva para impresionar y dar buena imagen a las personas con las que nos encontremos. Pero lo peligroso del caso es que, de tanto estar pendientes de nuestro exterior o de la impresión que queramos causar a los demás, lleguemos hasta el extremo de engañar no solo a los que nos rodean, sino incluso a nosotros mismos. Hay quienes llegan a confundir las “caretas” o apariencias que se han ido construyendo, con lo que ellos son en realidad. En estos casos resulta difícil establecer de manera satisfactoria relaciones interpersonales con los demás: porque quienes se relacionan en realidad son las apariencias de una persona, con las apariencias de la otra.
José Luis Iso
Colegio san Antonio de Zaragoza
La persona humana, además, necesita sentirse libre y a gusto dentro de sí misma, experimentar de verdad y sin miedo sus propios sentimientos y deseos; actuar y relacionarse con espontaneidad; poder comunicarse con los demás de modo auténtico y en profundidad; y llegar a amar a otras personas por lo que son, y no por lo que aparentan. Cuando uno es dirigido por la pura imagen o apariencia, acaba siendo esclavizado y oprimido por un sinfín de disfraces que ahogan y entierran los propios sentimientos y necesidades, hasta llegar a olvidarse de quién es en realidad.
El evangelio nos dice que Jesús de Nazaret no miraba ni se detenía en las apariencias, sino que profundizaba hasta el fondo de la persona. Y lo hacía con una infinita comprensión, respeto y amor.