Al contemplar el abrazo de dos amigos que se encuentran tras largo tiempo de ausencia, todos comprendemos el significado de dicho gesto.
Si una persona se apresura a socorrer al anciano caído en el suelo, o al ciego desorientado en plena vía pública, entendemos perfectamente el significado de estos gestos, aunque ninguno de ellos haya sido acompañado de palabras.
Hay un lenguaje universal que todos desciframos sin dificultad, aunque hablemos idiomas distintos. Es el lenguaje más antiguo y más natural del ser humano, ya que prácticamente nacemos con él y por medio de él pudimos comunicarnos con nuestros seres queridos. Por medio de él se establecía una maravillosa comunicación entre el hijo o la hija en su tierna edad. Nacimos sin saber hablar, no entendíamos el lenguaje hablado, pero gracias ante tantos signos llenos de cariño, besos, abrazos, arrullos y caricias de nuestros seres más queridos, comprendíamos y nos llenábamos de aquello que más necesitábamos: el amor. Con este lenguaje gestual transmitimos las experiencias y los sentimientos más íntimos, ya que las palabras se nos quedan cortas para describirlas con propiedad.
Jesús empleaba en abundancia este lenguaje: curaba a los enfermos, comía con los pecadores, imponía las manos a quienes pedían su ayuda, abrazaba a los niños, acogía a los excluidos, limpiaba de su enfermedad a los leprosos, escuchaba a todos, se compadecía y hasta lloraba ente el dolor de quienes acudían a él. Los discípulos lo seguían haciendo tras la muerte de Jesús, para transmitir con fuerza la Gran Noticia del Amor de Dios, hecho presente en el mundo por medio de Él. Sin duda, este estilo de vivir fue lo que impactó profundamente a los hombres y mujeres de su tiempo. Todos comprendían su mensaje, aunque hablasen lenguas distintas.
Con frecuencia los seres humanos nos parecemos a aquellos constructores de la torre de Babel, que, por querer ser más que Dios, terminaron sin entenderse aunque hablaban la misma lengua.
En este mundo nuestro de luchas y diatribas, de divisiones continuas, de descalificaciones e insultos, de violencia destructora, las palabras y las teorías sirven de muy poco. Necesitamos otra cosa.
¿Qué sería de nuestra sociedad si todos los cristianos y las personas de buena voluntad llenásemos el mundo de gestos auténticos de cercanía, de respeto, de comprensión, de servicio generoso, de reconciliación, de solidaridad y paz? Seguramente que otro gallo nos cantaría a todos.
¿Por qué no acercarnos al Evangelio y contagiarnos de la sencilla y maravillosa humanidad de Jesús?
José Luis Iso
Colegio san Antonio
Capuchinos de Zaragoza