La disciplina positiva considera como firme creencia la dignidad y respeto a los alumnos. Con dos y tres años de edad abrimos las puertas a los niños cuyas familias nos los confían para su educación. Nuestra prioridad es que conecten con sus profesores; nos cuestionamos constructivamente para intentar ser el mejor educador que seamos capaces de ser. Somos conscientes de que los alumnos necesitan sentirse vistos por sus educadores, de tal manera que puedan desarrollar un sentido de pertenencia, sentir que te importan y crear relaciones de respeto mutuo.
Nosotros con los más pequeños conectamos en vez de ejercer control y nos amparamos en la frase: “la conexión antes que la corrección”. Aparcamos la urgencia y en lugar de imponernos, llegamos a acuerdos; somos conocedores de que en momentos de conflicto hay caos cerebral ya no se aprende. Es necesario tener regulado el afecto para aprender, por lo que intentamos que los niños se sientan seguros y a salvo, en un clima de hogar para que su apego se desarrolle en convivencia cimentada en su propio bienestar.
Otro aspecto importante en disciplina positiva es la manera en la cual abordas un error, ya que dice cómo estás vinculado con tus alumnos. Los errores los consideramos como parte diaria de su aprendizaje basado en la exploración. Para ello el educador trasciende y cuando ve que su alumno se encuentra con un problema, se lo hace ver como una oportunidad para aprender. El alumno se siente conectado cuando el sentido de contribución se ve cubierto y es así que los valores emergen, pues las habilidades de cooperación nacen en dicho ambiente.
Los alumnos perciben, interpretan, establecen creencias y toman decisiones según su percepción e interpretación de lo acontecido, así que si sienten que son importantes para nosotros crearán lazos de comunicación y descanso emocional, por lo que dichas creencias les llevarán a metas que no sean erróneas y sus decisiones cubrirán sus necesidades en equilibrio.
En disciplina positiva consideramos la conducta desadaptativa, más conocida como comportamiento disruptivo, como la solución a la que recurre el niño pero se trata tan sólo de la punta del iceberg, ya que es un problema subyacente y hay que ir más allá para descubrir qué es lo que realmente le ocurre. Hay una necesidad no cubierta y necesita de nuestra ayuda para que su cerebro vuelva a la homeostasis, la relajación. Si logramos una conexión saludable podremos alcanzar una interdependencia que florece, fruto del apego seguro al tener sus necesidades cubiertas.
En disciplina positiva al alumno se le alienta.
Durante el transcurso del día el educador toma conciencia de las fortalezas de cada niño en concreto y su principal herramienta para darle aliento es la gratitud, darle las gracias por aquello que aporta ese día, desde una sonrisa, una mirada compasiva o la realización de una tarea, una actitud favorable, etc. Su contribución es apreciada y valorada.
El lenguaje que alienta le hace ver que lo comprendemos, que sabemos lo que desea y también le decimos qué es lo más adecuado para ese momento. Entrenamos su gimnasio mental para que lo ayude conforme vaya creciendo, siendo nosotros en su primera infancia su amortiguador externo, su adulto de referencia en la escuela. En la primera infancia el niño no tiene autocontrol, la autorregulación es una función superior, por lo que la calma del niño es la calma del adulto, de ahí que sea necesario abandonar la urgencia y crear conexiones saludables.
Una gran manera de hacer concretos los valores franciscanos como la tolerancia el respeto y la paz en la primera infancia es formándonos en disciplina positiva, vivenciándola para que los niños sientan que son importantes para nosotros. Cuando la conexión está garantizada, el niño que está atendido sabe esperar.
Los maestros nos convertimos en buscadores de fortalezas del pequeño, en pequeños detalles cotidianos, y lo alentamos. Así aprende a vernos.
Abrimos las puertas de la escuela a los valores franciscanos, fruto de la calidad humana que se va concretando en el día a día de los alumnos del colegio a través de sus educadores, de su amabilidad, pues acogemos su emoción y luego gestionamos el gesto; hablamos de validación emocional, sin imponer ni ceder. Actuamos con coherencia y sentido común desde una visión amorosa y firme cordialidad, profesionalidad.
La disciplina positiva busca el contagio, no el control.
Alentamos a nuestros alumnos para hacer de sus vidas mejores vidas, donde construyan caminos con un horizonte de futuro, en el que prospere un altruismo funcional y una capacidad de innovación, pues recordarán una infancia en la que se sintieron acompañados, respetados y queridos.
María Inmaculada Orenes Luján.
Maestra de Educación Primaria e Infantil y Directora General del Colegio San Buenaventura. Capuchinos, Murcia.